Vamos por la calle sin mirar, sin ver, arrastrados por la inercia, por la rutina…. Hemos sucumbido al mundo de los adultos, hemos perdido nuestra alma de niños y, por ende, ese espacio donde florece el asombro, la sorpresa y la ilusión. Pero si recuperamos ese espíritu y salimos a la calle con el corazón abierto todos estos maravillosos pedacitos de corazones salen a nuestro encuentro. Cada uno de vosotros hará una lectura diferente, personal, única. Y ahí reside la maravilla: en la pluralidad de miradas, en lo diverso. Ahí descansa la riqueza de una sociedad. Me gusta el carácter efímero del arte urbano porque me recuerda que nada es permanente, que todo se transforma y que cada instante muere para dar lugar a un nuevo ahora.  Me recuerda cuánto nos cuesta vivir en el presente. Yo no he ido a buscar estas obras... ellas me han salido al encuentro. Los autores nos regalan su mirada, ponen su arte al alcance de todos, exponen sus almas a la intemperie. Sus obras nos acarician el alma, nos interpelan, nos inspiran y en otros casos remueven nuestras conciencias y nos hacen reflexionar.   La Fundació Gavina empezó a caminar en el Raval hace 40 años, tejiendo alas y pintando cielos para muchos niños, jóvenes y sus familias. Porque, como decía Elvira Sastre, “no vuela quien tiene alas, sino quien tiene un cielo“.